II Domingo de Cuaresma: La Transfiguración


“Éste es mi Hijo, el elegido, escuchadle”
(Lc 9, 35) 


    Este domingo se nos presenta el relato de la Transfiguración del Señor, donde aparece un fondo de escenografía con toda clase de elementos extraordinarios (la cima de una montaña alta, la luz que blanquea los vestidos de Jesús, la nube que envuelve a los discípulos, la voz del Padre que presenta a su Hijo); y sobre este fondo, la figura central de Jesús rodeada de otros personajes (a los lados Moisés y Elías, y a sus pies los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan) Se trata de una composición muy elaborada y compleja con la que el evangelista pretende responder a la pregunta, que poco antes se hacía Herodes: ¿Quién es éste, del que oigo tales cosas?(9,9). Y la respuesta viene dada por la relación que establecen con Jesús todos esos personajes que le rodean.


     I. Jesús y el Padre  

    Mientras oraba. En el ámbito de la oración íntima con el Padre, Jesús renueva la conciencia viva de su filiación divina. La voz de Dios desde la nube así lo declara: Este es mi Hijo, el escogido. Hay que interpretar conjuntamente los dos títulos, puesto que el escogido es una apódosis explicativa de mi Hijo. Inicialmente es una declaración solemne del mesianismo de Jesús, que recuerda a los textos del Antiguo Testamento. El primero del Salmo 2,7: Tú eres mi hijo, referido a un nuevo rey de Israel. El segundo de Isaías 42,1: He aquí a mi siervo, mi elegido, referido al siervo paciente y solidario con la desgracia del pueblo. Uniendo los dos títulos, podemos concluir que la voz celestial proclama a Jesús como el Mesías prometido, cuyo reinado adquiere la modalidad del servicio a la humanidad, no la del dominio por el poder.

     Posteriormente, para Lucas y su comunidad cristiana, estos títulos ya habían adquirido un significado de divinidad, manifestada definitivamente por Cristo en su resurrección de la muerte. Por eso algunos exegetas han interpretado la Transfiguración como una aparición del Resucitado. Al fin y al cabo en la tradición judía la luz, frente a las tinieblas, es un atributo de Dios, la morada donde habita y que le acompaña en todas sus irrupciones en la historia humana. La Transfiguración se convierte así en una teofanía de Jesús. En tal caso valdría también la conclusión: Dios se manifiesta en Jesús, no como quien domina, sino como quien sirve.


     II. Jesús y los personajes del Antiguo Testamento: Moisés y Elías  

I Domingo de Cuaresma:La Historia de la Salvación


Está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás culto”(Lc 4, 8)


La historia de la salvación: La profesión de fe del pueblo de Israel

La fe no comienza en cada cual como una experiencia personal única. Profesamos la fe de nuestros antecesores, en la Iglesia y en el hogar;  nos transmitieron su contenido y ayudaron a que no se perdiera la gracia bautismal de la fe como capacidad para confesarla. Cuando vamos al encuentro de Dios en este primer domingo de Cuaresma, lo primero que hemos de hacer es considerar de dónde venimos, y no considerar nuestra salvación como algo perfectamente natural. Hay una historia de salvación que prepara el momento actual; es la historia de las intervenciones de Dios. Cada uno de nosotros erraría como un nómada por la vida (Deuteronomio 26, 4-10) si Dios no nos hubiera llamado, a muchos al comienzo de nuestra existencia, para formar parte de su pueblo.

Ahora, en nuestro propio itinerario vital 


Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2013

 
MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2013
 
Creer en la caridad suscita caridad
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn
4,16)


Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).


Miércoles de Ceniza

 
   Parece que agachar la cabeza no está bien visto en nuestra sociedad. Es un gesto percibido como humillante, porque se confunde la humillación con la humildad. Sin embargo, este miércoles necesitamos inclinar la cabeza para recibir la ceniza. También nosotros participamos del mal y somos agentes difusores de sus virus malignos; todos en alguna ocasión hacemos lo contrario de lo que decimos, y dejamos de realizar bastante de lo que podríamos hacer en todos los órdenes: personal, familiar, social, comunitario, político… No es posible iniciar con provecho la Cuaresma sin humildad. Esta virtud olvidada nos hace conscientes de nuestras contradicciones y de la necesidad de achicar el “yo” para que quepa “Él”. Solo así podremos construir un “nosotros” solidario y abierto al otro. Caer en la cuenta de las propias miserias es un acto de realismo y, sobre todo, de sencillez evangélica.

   Hoy nos toca ser humildes, reconocer nuestra fragilidad y, sobre todo, ponernos a tiro de la gracia y el cariño de lo Alto, que hacen posible lo que nuestra flaqueza no conseguirá jamás, por más que se empeñe. Nosotros inclinamos la cabeza para ser capaces de mirar más al fondo de nuestro corazón, más allá y más arriba. No se trata de auto-flagelarnos o de una insana culpabilización. Agachar la cabeza es para nosotros, este miércoles de ceniza, un acto de responsabilidad y de reconocimiento para convertirnos, volver a Cristo y abrirnos solidariamente a los demás.

  La liturgia de la Palabra de hoy nos invita a una conversión sincera. No se trata de un acto de  contrición puntual, sino de un proceso. Sabiamente, la liturgia milenaria de la Iglesia propone tres medios que ayudan en este camino cuaresmal para poder celebrar la Pascua, renacidos al hombre y a la mujer nueva. Llama la atención poderosamente la densidad de las tres prácticas: Una remite a la mismidad de Dios sin más mediaciones (la oración); la otra se dirige a nosotros mismos (el autocontrol); y la última tiene como destinatarios a los demás (la limosna solidaria). Constituyen ejercicios milenarios que han servido a personas de contextos bien diversos a caer en la cuenta de lo esencial.


   La oración
   Sin oración no nos ponemos a tiro de Dios, no podemos sentir su interpelación, ni experimentar su fuerza transformadora. Sin ella llenamos de rutina nuestra vida, ponemos el piloto automático y vivimos de las rentas aburrida y desapasionadamente, sin cuidar el vigor y la intensidad de una vida evangélica y significativa que solo regala el trato asiduo con el Señor. No se nos pide permanecer en éxtasis, ni siquiera ser buenos, estar muy sanos o mantenernos muy animados y optimistas. En la oración vale todo. Hasta el pecado. Nadie como Dios conoce nuestra intimidad y sus recovecos más sombríos. Lo malo es no dejar espacios para que, santos o pecadores, animados o aburridos, saludables o con achaques, disfrutemos de su Presencia entrañable en el interior de nuestro silencio, en su compañía por el camino, celebrada en la Iglesia, y en el compromiso de amor y justicia con nuestra humanidad.


Preparar la Cuaresma

    A continuación os dejaré una estupenda reflexión para comenzar la Cuaresma con buen pie, pero además, esta vez nos ha llegado un maravilloso calendario de Cuaresma hecho por Patricia Rojo, del estilo del que os enseñamos aquí para vivir bien el Adviento.

   Recordad que la propuesta del Antiguo Testamento forma parte de la tradición judía y cristiana en cuanto a prácticas religiosas en estos días tan fuertes; pero la propuesta del Nuevo Testamento, es decir, la de Jesucristo, consiste en la justicia para con los pobres (la limosna), 
en la liberación de los egoísmos personales (el autocontrol) 
y en la puesta a punto de la fe en todos los aspectos de la vida (la Oración).


Renuncia de Benedicto XVI


 
No hay nada como ir directamente a las fuentes, así que éste es el comunicado de la web del Vaticano en el que se recoge la declaración del Papa anunciando su renuncia:





   "Queridísimos hermanos,

   Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

   Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

   Vaticano, 10 de febrero 2013.

BENEDICTUS PP XVI"



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