El hombre y la Creación



AÑO DE LA FE. LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Charla de D.Aurelio del miércoles 16-enero-2013



1. La fe es la «respuesta libre» del hombre a la «llamada amorosa» de Dios.

2. La fe abarca estos cuatro ámbitos: la fe creída, la fe celebrada, la fe vivida y la fe rezada.

3. La «fe creída» es el conjunto de realidades en las que cree el cristiano. Estas grandes realidades entendidas por la razón humana son las verdades de la fe formuladas en el Credo.

4. Estas son los tres primeras verdades cristianas: el misterio Trinitario, la divinidad de Jesucristo y la creación: «Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y en Jesucristo, su único Hijo».

El cristianismo encierra la grandiosa novedad de que Dios se ha hecho hombre: Jesucristo es el centro de la fe cristiana: cristianos fueron aquellos hombres y mujeres a los que Dios les concedió la gracia excepcional de que pudiesen descubrir que aquel Jesús de Nazaret al que seguían era realmente el Hijo eterno de Dios.

Y es el mismo Jesús el que reveló a la entera humanidad aspectos esenciales sobre el misterio de Dios. Jesucristo dio a conocer que Dios era Trino, que para el hombre Dios es Padre y que su ser más íntimo se expresa como Amor. Al mismo tiempo, Jesús no solo revela el misterio profundo de Dios, sino que afirma que es Él mismo el que nos lleva al Padre: «Nadie va al Padre, si no es por mí».

Pero, con lenguaje humano, cabría afirmar que Dios no es un “solisista” o un ser cerrado sobre sí mismo. El hecho es que en el ser mismo de Dios se da una comunicación interior, mediante la cual la divinidad se auto-comunica en la alteridad del Hijo y del Espíritu Santo. Pues bien, esa comunión desbordante de Dios es la que explica que decida crear una humanidad con la que dialoga. La creación entera es como un querer de Dios que se trasciende a si mismo para crear un mundo fuera de sí, en el que se revela la grandiosidad divina. El mundo no es divino (con ello se rachaza el panteísmo) ni siquiera es una “emanación” de Dios, pero sí expresa su imagen. Y esa imagen se revela de modo eminente en el hombre.

Esta reflexión es humana, pero es una aproximación racional a entender el hecho de la creación. En una catequesis, el papa Juan Pablo II lo expresó en estos términos:

«A la luz de estos textos apostólicos, podemos afirmar que la creación del mundo encuentra su modelo en la eterna generación del Verbo, del Hijo, de la misma sustancia del Padre, y su fuente en el Amor que es el Espíritu Santo. Este Amor-Persona, consustancial al Padre y al Hijo, es justamente con el Padre y con el Hijo fuente de la creación del mundo de la nada, es decir, del don de la existencia a cada ser. De este don gratuito participa toda la multiplicidad de los seres `visibles e invisibles´ tan varia que parece casi ilimitada, y todo lo que el lenguaje de la cosmogonía indica como macrocosmos y microcosmos» (Audiencia general 12-3-1986).
          

El hecho de que la creación sea efecto de las Tres Divinas Personas, en cierto sentido, acentúa la grandeza del cosmos, pues, como también recuerda Juan Pablo II, «desde los tiempos de los Padres de la Iglesia se ha consolidado la enseñanza, según la cual, la creación lleva en sí vestigios de la Trinidad». Y por ello, según escribe San Agustín, a través de la creación, nos remontamos a la Trinidad, misterio máximo de la fe: «Es necesario conocer al Hacedor por las criaturas y descubrir en estas, en una cierta y digna proporción, el vestigio de la Trinidad. Es en esta Trinidad suma donde radica el origen supremo de todas las cosas, la belleza perfecta y el goce completo».

De este modo, creación y Dios Trino y Uno se implican mutuamente: el mundo es reflejo de la Trinidad, por lo que quien lo contempla, de inmediato, evoca el misterio trinitario. Esta misma enseñanza es ratificada por el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 290-292).

 En síntesis, es preciso reconocer que en la revelación cristiana Dios, el hombre y el cosmos se implican íntimamente entre sí: no cabe idear a Dios sin el hombre, ni a este sin Dios, al modo como tampoco pensar a Dios y al hombre sin el mundo. De modo semejante, el mundo hace relación inmediata a Dios y al hombre. Dios, el hombre y el mundo se relacionan mutuamente. De ahí la grandeza de la revelación cristiana que no solo descubre la inmensidad de Dios, sino que deja patente grandeza de hombre y la bondad radical del cosmos. Ello se justifica en la repetida expresión del libro del Génesis que, al narrar la aparición de los diversos seres, el autor sagrado repite siete veces: «Y Dios vio que era bueno». Y, al llegar al hombre, confirma con solemnidad: «Y vio Dios que era muy bueno».

Asimismo, Juan Pablo II pone de relieve que la creación es obra de Dios, lo cual explica su realidad (el ser, lo ontológico) y, al mismo tiempo, su bondad radical (lo ético):

«La descripción bíblica de la creación tiene carácter ontológico, es decir, habla del ente, y, al mismo tiempo, axiológico, es decir, da testimonio del valor. Al crear al mundo como manifestación de su bondad infinita, Dios lo creó bueno. Esta es la enseñanza esencial que sacamos de la cosmogonía bíblica, y en particular de la descripción introductoria del libro del Génesis» (Audiencia general 29-1-1986).


Las verdades que se incluyen en el hecho grandioso de la creación son, pues, dos: la creación del cosmos y la singularidad de la creación del hombre. Pero en ambas realidades la razón humana se cuestiona sobre el modo como hayan aparecido. Más en concreto, con relación al mundo, nos interesa saber cómo se origina la diversidad de seres que se incluyen en la realidad «mundo», si fueron directamente creados por Dios, o, por el contrario, se ha dado una evolución en la aparición de los diversos seres.

Además, a la cuestión fundamental de la creación del mundo por Dios, van anejos dos problemas más: 1º. Si el mundo ha sido creado por Dios, ¿cómo explicar el hecho del mal, tan extenso y tan frecuente? 2º. La relación del hombre con el cosmos ¿es de dominio absoluto o ha de ser un uso respetuoso del mismo? Es la cuestión de la «ecología».

Respecto a la creación del hombre se plantean también dos cuestiones:

1. La primera es si el hombre ha sido creado directamente por Dios o, por el contrario, procede de una evolución desde una rama de antropoides hasta la aparición del «homo sapiens sapiens». Y, en el caso de que proceda por evolución, se cuestiona si procede de una sola pareja o si se han dado evoluciones a partir de varias parejas.

2. La segunda cuestión también tiene relación con el mal. En concreto, se cuestiona qué sentido tiene el hecho de que el hombre no haya respetado el proyecto originario de su vida; es decir: ¿qué es el pecado original?

Estas cuatro importantes cuestiones implican una dificultad añadida, pues las explicaciones que cabe deducir de la Revelación, también son objeto de estudio por parte de las ciencias humanas. Es evidente, que no es posible que haya contradicción entre la fe y la razón. Pero el hecho es que tal oposición ha existido en momentos concretos en que ambos saberes, el teológico y el científico, no han sabido mantenerse en su propio campo.

Estos cuatro temas serán objeto de estudio y de consideración cristiana en nuestras reuniones a lo largo de este mes. El resultado final ha de ser doble: la admiración por la grandeza de la creación y la dignidad inimaginable del ser humano: ambas realidades nos deben conducir a reconocer el misterio insondable de Dios, a la adoración y a amarle. Sobre la grandeza del mundo escribió el santo y gran teólogo san Buenaventura:

«Aquel que no ve los esplendores innumerables de las criaturas, está ciego; aquel que no se despierta por sus muchas voces, está sordo; quien no alaba a Dios por todas estas maravillas, está mudo; quien con tantos signos no se eleva al primer principio, es necio».


Y acerca de la excepcionalidad del ser humano, el poeta Rilke se expresó en estos admirativos versos: «¡Oh misterio insondable, no encontramos lo que somos y buscamos, nunca somos lo que hallamos». Pues bien, a esta incógnita del poeta respondió san Agustín: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón no descansará hasta que repose en ti».


Para leer:
YOUCAT: números 40-48.
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica: números 50-58, pp. 41-43.
Catecismo de la Iglesia Católica: números 268-301; pp. 67-75.

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