I Domingo de Cuaresma:La Historia de la Salvación


Está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás culto”(Lc 4, 8)


La historia de la salvación: La profesión de fe del pueblo de Israel

La fe no comienza en cada cual como una experiencia personal única. Profesamos la fe de nuestros antecesores, en la Iglesia y en el hogar;  nos transmitieron su contenido y ayudaron a que no se perdiera la gracia bautismal de la fe como capacidad para confesarla. Cuando vamos al encuentro de Dios en este primer domingo de Cuaresma, lo primero que hemos de hacer es considerar de dónde venimos, y no considerar nuestra salvación como algo perfectamente natural. Hay una historia de salvación que prepara el momento actual; es la historia de las intervenciones de Dios. Cada uno de nosotros erraría como un nómada por la vida (Deuteronomio 26, 4-10) si Dios no nos hubiera llamado, a muchos al comienzo de nuestra existencia, para formar parte de su pueblo.

Ahora, en nuestro propio itinerario vital 



Nuestra profesión de fe ha dado un gran paso adelante respecto a la del pueblo israelita. Como enseña san Pablo en la segunda lectura: Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás (Romanos 10,9). Se trata de la fe que se confiesa en el Bautismo gracias a la luz y la fuerza del Espíritu Santo y que ahora renovamos al recomenzar el camino de conversión que es la Cuaresma. Nuestros padres y padrinos confesaron a Jesús en nuestro nombre, y ahora debemos personalizar esta fe en forma de compromiso. Todo ello no es fácil. La Iglesia lo sabe, y por eso evoca cada año el ayuno de Jesús, quien de este modo inauguró la penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado (Prefacio).

El ejemplo de Jesucristo: Buscar lo esencial para ser libres y servir a Dios

Jesús vuelve a vivir, en el espacio de su vida humana, toda la historia del pueblo de Dios. Todas aquellas etapas de salvación, a su vez, habían preparado el camino para que el mundo lo pudiera reconocer y comprender: Eran una historia profética para Cristo y lo siguen siendo para nosotros.

Como Israel, Jesús tuvo que refugiarse en Egipto; y también como Israel, tuvo que hacer su propia “travesía del desierto” antes de empezar su Éxodo hasta la patria celeste, inaugurando la Nueva Alianza por el sacrificio de la cruz. La meta es única: el Padre y llevar con él a todos sus hijos; pero la tentación intenta desviar a Cristo –y ahora a nosotros– de lo esencial.

También a Jesús, como al primer Adán, le propone el diablo usar de unos poderes sobrenaturales que le permitirían rivalizar con Dios, sin tener necesidad de fe, de amor ni de obediencia. Son miserables tentaciones en las que el diablo llega a pervertir el sentido de una palabra de la Biblia, pero que Cristo rechaza con una sola frase, con una Palabra de Dios pura, como Dios lo quiere. Son tentaciones que anuncian la de la Cruz, cuando se le ofrece la conversión del mundo si bajase de la cruz, para demostrar así que es el Hijo de Dios.

Jesús es nuestro modelo cuando purificamos nuestra fe y nuestro compromiso cristiano, al revivir una vez más el catecumenado en la Cuaresma. Escuchar a Dios, prestar oído a su Palabra, sólo es posible si creemos que no sólo de pan vive el hombre (Lucas 4, 4). El ayuno y la abstinencia cuaresmales –sobre todo en la abstinencia de vicios y pecados– es un ejercicio saludable que debe favorecer nuestra renovación, incluso física; es una “vivificación” más que una “mortificación”, pero es sobre todo una forma de decirle a Dios que no nos bastan los alimentos terrenos, sino que necesitamos alimentarnos de su Palabra.


Pastoral del Arzobispado de Valencia [+info aquí]

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