Domingo de Ramos


“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”
(Lc 23, 42)

DOMINGO  DE  RAMOS  EN  LA  PASIÓN  DEL  SEÑOR

   El título de este domingo resume con dos palabras el mensaje de su celebración: RAMOS y PASIÓN, la entrada de Jesús en Jerusalén sobre un borrico y su salida en la cruz. Parecen mensajes opuestos, pero tienen un común denominador y son complementarios. Ambos expresan con símbolos distintos la configuración que adquiere en este mundo la realeza, el mesianismo y hasta la divinidad de Jesús; y la humilde sencillez y el amor hasta la muerte.


   I. Los hechos.

   El texto de hoy empieza determinando el marco temporal y geográfico. Jesús con sus discípulos está a punto de terminar su largo viaje desde Galilea. Con un término sugerente, él lo llama subida (Lc 18,31; 19,28). Se encuentra ya a tres kilómetros de la capital, en Betania, donde Jesús establece su residencia los últimos días de su vida (Mc 11,11; Jn 11,1; 12,1); junto al monte de los Olivos, que se convertirá los próximos días en el lugar preferido para su oración nocturna (Lc 21,37s). Jerusalén se prepara para la Pascua, la gran fiesta nacional de los hebreos. Ello provoca una abundante afluencia de toda clase de gente en la ciudad; caravanas de peregrinos judíos para cumplir la ley de Moisés (Dt 16,16); ganaderos que venden las víctimas para los sacrificios del templo, y, dato importante, el refuerzo de las tropas romanas para asegurar el orden público y evitar un posible pronunciamiento nacionalista.



   Los preparativos para entrar en Jerusalén responden a costumbres sociales. Los peregrinos se desplazaban alternativamente a pie o en cabalgaduras prestadas o alquiladas en cuadras de postas; lo que explica el uso de un borrico. Los mantos de los acompañantes hacen de silla de montar o de alfombra para la comitiva. Y Jesús entra en la ciudad precedido de su fama. Las aclamaciones expresan el entusiasmo de los discípulos en una fiesta de romería, pero vigilada por la atenta mirada de los cuerpos romanos de seguridad por un lado y de los dirigentes religiosos por otro. El entusiasmo de la gente provoca las únicas voces discordantes, que vienen precisamente de la autoridad religiosa, los fariseos: Maestro, reprende a tus discípulos. Quizá tuvieran miedo a una represión violenta por parte de la guardia romana (Jn 11,37-50). Pero ésta no se produjo de momento. No parece que interpretaran el hecho como un atentado a la seguridad del estado. La protesta responde probablemente a la creciente rivalidad de los dirigentes religiosos contra un Maestro laico, cuya fama socaba el sistema establecido. La respuesta de Jesús no se hace esperar: Si estos callan, gritarán las piedras. No se debe callar, ni siquiera por miedo a la muerte, la adhesión a Jesucristo. De lo contrario las piedras (¿la ruina de Jerusalén?) asumirán la función del testigo favorable.


   II. La interpretación de los hechos.

   La tradición cristiana ha interpretado posteriormente la entrada de Jesús en Jerusalén dándole mayores dimensiones históricas y teológicas. El requerimiento del borrico hace pensar en un conocimiento sobrenatural de Jesús a distancia. La cualidad del animal, que nadie lo haya montado todavía, sugiere la idea de pureza sagrada, requisito para su uso por la divinidad: que no tenga un uso profano. La razón para disponer de él es que el Señor lo necesita. Para los lectores de Lucas el Señor, en sentido absoluto, supera los límites de un tratamiento de cortesía debida a un rabino,y expresa soberanía universal: al Señor todo está supeditado.

   Estos datos preparan una visión triunfalista de la entrada de Jesús en Jerusalén, como lo expresan las aclamaciones de los presentes, que constituyen ya una multitud de discípulos: ¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor! Es una combinación de citas del Antiguo Testamento, que permiten entender el episodio como cumplimiento de las esperanzas mesiánicas de Israel.

  •    La primera cita es del Salmo 118: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Lo recitaban los peregrinos que en solemne procesión, con Yahvé al frente, se dirigían al templo en la fiesta de las Chozas (Sukkot). El evangelista y sus lectores ven en la entrada de Jesús en Jerusalén la verdadera réplica de aquella fiesta, que celebraba el fundamento teocrático de Israel como nación. 
  •    Pero ahora se trata de otro reino distinto inspirado en otra cita del Antiguo Testamento, la de Zacarias 9,9. El profeta exhorta al pueblo a manifestar una alegría desbordante ante la llegada de su rey: ¡Alégrate, Jerusalén! que viene tu rey justo y pobre, montado en un borrico. A la luz de este texto la comunidad cristiana ha entendido la entrada de Jesús en Jerusalén como la proclamación oficial de su mesianismo. En efecto, Jesús es el Mesías/rey prometido y esperado durante siglos. Pero su realeza se impondrá sin violencia (romperá el arco del guerrero), será pacífica (proclamará la paz) y además, universal (a todos los pueblos de mar a mar). El recurso al borrico se convierte así en un signo, que revela la configuración terrena de su reinado. No entra en Jerusalén a lomos de una mula, como los reyes de Israel (1 Re 1,33), ni sobre un brioso corcel, como el gobernador romano. Su cabalgadura es un asno, propio de la gente pobre y humilde. Su reinado es más bien un “antirreino”, desprovisto de todo carácter político, militar y nacionalista.

   La crucifixión de Jesús cinco días más tarde demostrará a las claras de qué clase es su reinado. El título de Rey, proclamado a voces al entrar en Jerusalén, será el mismo que justifique oficialmente su condena a muerte fuera de la ciudad (Heb 13,12): Este es el rey de los judíos (Lc 23,38). El pueblo termina aclamando ¡Del cielo paz y a Dios gloria! Aclamación que repite los dos motivos del cántico de los ángeles en el nacimiento de Jesús: gloria y paz. El reinado que trae Jesús no es político, porque viene del cielo, y establece en la humanidad la paz verdadera. En eso se manifiesta la gloria de Dios.


   Entre el domingo de ramos y la pasión del Señor; esta paradoja define toda existencia cristiana, no sólo sucesiva, sino también simultáneamente: el triunfo se demuestra en la pasión; porque uno mismo es el Exaltado y el Humillado. 


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