¡¡Comienza el Año Nuevo!!


   Estamos ya a punto de entrar en el Adviento, y con ello empezamos un Año Nuevo (ya os lo contamos el año pasado aquí) Una vez más, la Sagrada Familia va recorriendo el mundo en busca de un corazón que les reciba. Porque, ¿habéis pensado alguna vez en aquel pobre hombre, cuyas pertenencias cabían en un par de alforjas, y que se vio obligado a recorrer el país con la responsabilidad de cuidar a su mujer embarazada?  Seguro que San José entiende de maravilla a todos los que están pasando por situaciones complicadas.... Y en medio de todo aquello; cuánta Fe, cuanta Esperanza, y cuanto Amor ponía en aquella tarea que le había sido encomendada.

   Pues bien, como dice S.Carlos Borromeo, una vez más ha llegado: "aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos"  Y es que aquella venida no fue espectacular ni vistosa, sino que sucedió en medio de grandes dificultades y en la más absoluta pobreza. Por eso a veces es necesario allanarle el camino a Dios y prescindir de lo accesorio, porque una vez más la Iglesia desea hacernos comprender que "así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo"



   Esta vez os dejo para la reflexión algunos extractos del artículo de una de las Religiosas del Sagrado Corazón. La autora es Dolores Aleixandre, y se titula "Sobre la inoportunidad del Adviento" (y sí, sí, dice "inoportunidad" y ahora verás que tiene todo el sentido!)


 Sobre la inoportunidad del Adviento
por Dolores Aleixandre

   Sí, inoportunidad, no me arrepiento del título, esa ha sido mi impresión después de hacer una lectura seguida de los textos de Adviento. Vienen cargados de tantas palabras resplandecientes: alegría, seguridad, gloria, esplendor, paz, confianza, salvación…, que esa insistencia luminosa resulta casi insultante en estos tiempos de tanta oscuridad. Puestos a elegir, parece que preferiríamos otras promesas más cercanas a nuestra realidad: en vez de colinas que se abajan y valles que se levantan, esperaríamos el anuncio de que bajan las hipotecas, desciende la prima de riesgo y se eleva la responsabilidad de los bancos


   Jesús, que afortunadamente no era un simple erudito, propone otras salidas: ya da por sentada la existencia de situaciones desastrosas que nos llenan de ansiedad y preocupación pero, donde nosotros no vemos más que catástrofes, él ve “señales”. La condición para descubrirlas es “levantar los ojos”, ir más allá de lo inmediato que nos ciega y atrapa en redes de deseos insatisfechos, en obsesiones por retener modos de vida que considerábamos definitivos, en temores que embotan nuestro corazón impidiendo el fluir de la vida.

    Y esas “señales” ¿dónde buscarlas?: en el desierto, responde el evangelio de Lucas en el 2º Domingo, en esos lugares marginales que nos obligan a afrontar sin distracciones esas preguntas de las que tratamos de escapar, que nos inquietan más allá de lo económico y que se enmascaran bajo pretextos de impotencias y desánimos. Los personajes nombrados (Poncio Pilato, Herodes, Anás, Caifás….) a pesar de sus poderes e intrigas, no consiguieron extinguir la esperanza que convocaba la voz profética de Juan desde la periferia.

   En la tercera semana las señales se vuelven más concretas: hay que abrirse a la alteridad hasta llegar a compartir con otros, hay que salir del estrecho círculo de “lo mío” para que la esclavitud del poseer deje paso a la libertad de preferir el bien.

    Las señales de la cuarta semana nos devuelven a la belleza de lo pequeño, a la humildad de lo cotidiano: Dios elige como morada a Belén, un pueblo insignificante; y un sencillo saludo, desencadena un torrente entre dos mujeres embarazadas que se llenan de alegría, se bendicen y se ríen juntas mientras la vida crece en sus entrañas.

    No son señales fáciles ni evidentes porque el Evangelio es siempre un tesoro escondido. Después de todo, quizá el Adviento pueda conducirnos “oportunamente” hacia ese júbilo que se atreve con tanto descaro a prometer...


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