¡¡FELIZ NAVIDAD!!


¡ ¡ F E L I Z  N A V I D A D ! !


    En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más la celebración de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones, en general, están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que se hace sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Pero al contrario, las tradiciones son las mejores prácticas de la humanidad, amasadas en forma de costumbre. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que inspira y da significado a la celebración exterior.

    La celebración de la Navidad, sin embargo, está siendo cada vez más superficial y material. Y a medida que se va imponiendo un modelo comercial de celebrarla, se va perdiendo su riqueza profunda y su encanto. Es preciso redescubrir el valor de las sanas tradiciones, si no queremos perder irresponsablemente riquezas atesoradas por la humanidad a lo largo de siglos y milenios.



    Se diría que el secreto de la noche de Navidad es la síntesis de todos los demás: la paz. San Agustín la definió como la "tranquilidad del orden". Según los historiadores, durante la noche de Navidad cesaron las guerras, se hermanaron los pueblos, se reunieron las familias, y parece que todo el cosmos se puso en paz. El Martirologio romano subraya este hecho cuando dice que Cristo nació "mientras reinaba la paz en toda la Tierra".

    La paz es un resultado, algo que encontramos al final del esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperanza, forja su humildad y pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz. Parecen demasiados pasos, pero en realidad, el camino no es tan largo, porque todos estos esfuerzos son como vasos comunicantes, quien trabaja en un aspecto, termina por crecer también en los demás. Por eso, más que ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene toda la virtud para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.

    Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y segura. Quizá el "mundo feliz" que algunos han profetizado no es tan utópico como pareciera. Porque en realidad no se necesita quién-sabe-qué nivel de desarrollo científico y técnico para clonar a la gente y diseñar una perfecta ingeniería social. Si queremos una sociedad ultramoderna "feliz" -hasta donde es posible en esta vida-, sólo hay que redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de cada familia y dejarlo reinar.

    Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de la historia. Su victoria sobre el mal -en cualquiera de sus formas- es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de las Horas, "derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros Él está. Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará".   
Por  P.Alejandro Ortega Trillo

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